La economía mundial está en plena transformación

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Poco a poco, el mito del crecimiento infinito se va extinguiendo. China está descubriendo que la continua y perjudicial acumulación de deuda acabará por amortizarse porque la deuda tiene un efecto procíclico, los países de Oriente Medio y Rusia (entre otros) comprenden su dependencia de un recurso naturalmente limitado, y Occidente se está dando cuenta de que las consecuencias de una economía hiperfinanciada pueden ser dramáticas.

Un mundo que cambia

Mientras arrecia la guerra en Ucrania, algunos países estrechan sus lazos con Moscú: el Gobierno de Xi Jinping es el ejemplo más ilustre, con un aumento espectacular de las importaciones chinas procedentes de Rusia, pero también India, miembro de la Organización de Cooperación de Shanghái con Rusia desde 2017, y Turquía, que desempeña un papel dual permanente pese a su pertenencia a la OTAN.

A medida que se crea un nuevo mundo, se rompen relaciones y se crean nuevos vínculos. El 5 de octubre, a pesar de los llamamientos a un aumento de la oferta por parte de Estados Unidos, los países de la OPEP (de los que Arabia Saudita y Rusia son protagonistas) decidieron conjuntamente reducir su producción de petróleo para mantener el precio del barril lo suficientemente alto y tratar así de debilitar, ejerciendo una presión inflacionista, a los demócratas estadounidenses a un mes de las elecciones legislativas.

Si en este periodo, la elección rusa no es sorprendente, la elección de Arabia Saudita marca un nuevo giro que pone en tela de juicio la asociación histórica firmada entre Estados Unidos y Arabia Saudita en 1945, sobre todo desde que la administración Biden estudia la aplicación de una nueva legislación para castigar a la monarquía del Golfo. La continuación de este escenario acentuará inevitablemente el acercamiento de Riad a nuevos aliados, sobre todo orientales, a menos que la Cámara de Representantes caiga en manos de los republicanos durante las elecciones del 8 de noviembre.

Aunque la política exterior estadounidense divide a demócratas y republicanos, algunas cuestiones les unen, como la política proteccionista hacia China.

En este sentido, la guerra tecnológica entre las dos grandes potencias por dominar la «economía del mañana» dio un nuevo giro el 11 de octubre: las nuevas normas proteccionistas estadounidenses han obstaculizado profundamente el desarrollo de semiconductores en China, especialmente los chips más sofisticados necesarios para los sectores militar y de inteligencia artificial.

Esta decisión parece ser un nuevo golpe para el presidente Xi Jinping -ahora reelegido al frente del país-, que ha hecho del liderazgo tecnológico el motor de crecimiento del muy frágil modelo económico de su país.

Al mismo tiempo, mientras el Reino Medio procede a varias devaluaciones monetarias para sostener su economía frente a la crisis inmobiliaria, Estados Unidos sigue subiendo los tipos de interés en un intento de frenar la inflación y atraer capitales extranjeros. Además de su papel de refugio seguro, el dólar refuerza así su estatus hegemónico en un momento en que se ve más cuestionado que nunca.

Crisis en Europa

Europa se enfrenta a su destino

En este periodo crucial de la historia, el Viejo Continente se encuentra en graves apuros.

Cuando se cumple el 30 aniversario del Tratado de Maastricht, la situación es clara: sigue prevaleciendo un alineamiento permanente e inepto con Estados Unidos, el federalismo europeo sigue siendo una esperanza piadosa y los tratados no han cambiado a pesar de la singularidad del periodo actual. No es sorprendente que todas las debilidades de Europa se hagan patentes cuando un conflicto implica a la mayoría de las potencias mundiales. La más importante de ellas, la dependencia energética de Rusia, afecta profundamente a la balanza comercial europea, a su industria y al euro.

Ante estas enésimas dificultades, ¿debemos seguir creyendo en el proyecto europeo?

Mantener el statu quo conduciría a una división cada vez más aguda entre las naciones europeas: un escenario soñado y apoyado por Estados Unidos desde que se construyó el proyecto.

La opción de la disolución, por el contrario, sería un regalo del cielo para las grandes potencias extranjeras, en primer lugar Rusia, y por supuesto China, para quienes el comercio se vería reforzado.

La única alternativa es que Europa dé un gran salto federal, que se afirme por fin como superpotencia, que decida una profunda reforma de sus instituciones y tratados, que establezca una armonía presupuestaria y fiscal, que adopte una visión a largo plazo en la que la democracia esté en el centro de la identidad europea, y que cree las condiciones para que el desarrollo de unos no sea posible sin el de otros. Pero tal resultado requiere, en primer lugar, que todos los países europeos comprendan que tal proyecto es deseable para todos, porque la continuación de la Europa actual conduce inevitablemente a su autodestrucción.

Un imperio en decadencia

Si el Reino Unido ha tomado la decisión de marcharse, las grandes ambiciones desplegadas en 2016 por el ala euroescéptica conservadora se quedan, de momento, en papel mojado. Tras seis años de Brexit, el acuerdo de libre comercio con Estados Unidos no ha visto la luz, la escasez de mano de obra se ha convertido en un temor permanente, la famosa Gran Bretaña Global no se ha hecho realidad (solo se han firmado algunos contratos comerciales con países de la Commonwealth) y las tensiones políticas en Escocia e Irlanda han aumentado.

El antiguo líder mundial se encuentra ahora en una grave crisis económica y política. A pesar de la intervención temporal del banco central británico a principios de octubre para salvar algunos fondos de pensiones, el país sigue bajo la amenaza inminente de un crack financiero, un momento Lehman. Irónicamente, el Tesoro británico anunció recientemente la transferencia de 11.000 millones de libras al banco central para cubrir sus pérdidas. Un fenómeno difícil de entender por lógica… suficiente para alimentar nuevos debates sobre la independencia de los bancos centrales.

Pero, sobre todo, estos acontecimientos reflejan los límites del capitalismo tal y como se ha desarrollado desde la era Thatcher. En este sentido, al declarar que no podía «controlar los mercados», el ex ministro de Finanzas Jeremy Hunt ha demostrado -hoy más que nunca- hasta qué punto la democracia está disciplinada por la deuda (parafraseando al sociólogo Benjamin Lemoine). Ante la incapacidad de aplicar su programa económico, Liz Truss optó por dimitir. Tras sólo 44 días en el cargo, se convirtió en la Primera Ministra que menos ha durado en la historia del Reino Unido… y dejó a su sucesor, Rishi Sunak, un mandato decisivo, siempre que el político pueda seguir considerándose el único responsable de la toma de decisiones.

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