Cada vez está más claro que China no será la primera potencia del mundo del mañana. Desde la pandemia, la economía y el sector bancario chinos se encuentran en una situación desesperada. El país busca nuevas fuentes de crecimiento. En la cumbre de los BRICS, celebrada en Johannesburgo del 22 al 24 de agosto, el gobierno de Xi Jinping se posicionó como líder del movimiento y apoyó la ampliación del grupo para incluir a seis nuevos países.
Emperatriz Xiaoqinxian, última dirigente de la dinastía Qing
Los años de fuerte crecimiento en China han llegado a su fin. Tras multiplicar por 25 la renta media per cápita y sacar a más de 800 millones de personas de la pobreza y el hambre, la economía china entra en una nueva era.
En términos trimestrales, el PIB sólo creció un 0,8% en el segundo trimestre. El comercio exterior se tambalea, la inversión disminuye y el desempleo juvenil supera el 20%. A falta de fuertes medidas sociales, el país nunca ha logrado, como esperaba desde 2008, orientar su modelo hacia el consumo interno. Los hogares están endeudados y gastan muy poco. Los precios incluso empiezan a bajar, un 0,3% el pasado mes de julio.
Un simple análisis muestra que el país se encuentra en una situación similar a la de Europa a principios de la década de 2010: elevada deuda pública y privada, crecimiento lento, caída del consumo, descenso de la productividad, demografía desfavorable, un sector inmobiliario en crisis, aumento del desempleo y una inflación extremadamente baja (en este caso, deflación). O como la URSS en los años 50, o Japón en los 80 y 90.
El sector inmobiliario atraviesa una profunda crisis desde la pandemia y la aceleración del envejecimiento demográfico. Los promotores inmobiliarios son incapaces de saldar sus colosales deudas y acumulan cuantiosas pérdidas tras innumerables proyectos de infraestructuras y viviendas, algunos de los cuales permanecen inutilizados y deshabitados.
Los gigantes del sector, en particular Evergrande (declarada en quiebra en Estados Unidos), se desploman en bolsa. Estas empresas tienen muchas hipotecas de riesgo, algunas de ellas subprime. Estas turbulencias repercuten en los mercados de renta variable: los principales índices bursátiles (SSE Composite Index y CSI 1000) han caído alrededor de un 10% desde principios de año. Pero también en los rendimientos de las empresas privadas y públicas (bajan sin cesar desde 2018), mientras que la inmensa mayoría de las empresas privadas tienen dificultades para reembolsar sus obligaciones a corto plazo (el 80%, según una empresa neoyorquina).
Al igual que Europa y Estados Unidos a principios de la década de 2010, el Gobierno de Xi Jinping está respondiendo a esta situación bajando los tipos de interés. El banco central chino ha bajado los tipos varias veces este año. También ha ordenado a los bancos controlados por el Estado (los cuatro mayores bancos del país son estatales) que recompren acciones e intervengan en el mercado de divisas para limitar la depreciación del yuan. Se introdujo una reducción del 50% del impuesto sobre las transacciones bursátiles. Y a principios de agosto, el banco central apoyó la economía con 400.000 millones de yuanes (unos 50.000 millones de dólares), sin lanzar un paquete de estímulo masivo.
Estas soluciones conducirán también, y sobre todo, a un aumento aún mayor del endeudamiento privado y público, es decir, a una ganancia ficticia de tiempo frente a una crisis programada y casi inevitable.
Banco Central de China (@istock)
Por el momento, estas turbulencias afectan sobre todo a Asia y a los mercados emergentes. En el futuro, influirán en mayor o menor medida en todos los países del mundo, debido a la interdependencia de las instituciones financieras internacionales. Con casi 60 billones de dólares en activos, China tiene el mayor sistema bancario del mundo. Esta situación se produce en un momento en que la inflación persiste en Occidente (aunque la desaceleración china está provocando una caída de los precios de las materias primas) y los tipos de interés a largo plazo siguen subiendo. Las perspectivas de crecimiento mundial siguen siendo sombrías.
Para la economía china, es probable que los próximos meses se vean salpicados por crecientes dificultades. Más gigantes inmobiliarios podrían dejar de pagar sus deudas, en particular Country Garden, que registró una pérdida récord de siete mil millones de dólares en el primer semestre. Es probable que los mercados de renta variable se tambaleen aún más, y que la confianza de los consumidores se vea aún más mermada. Sin embargo, el banco central dispone de cierto margen de maniobra para evitar un escenario similar al de la crisis de 2007-2008.
En última instancia, el país podría experimentar varios años de débil crecimiento económico. El FMI estimó recientemente que el PIB de China será inferior al 4% en los próximos años, muy por debajo del de las últimas cuatro décadas. Tanto más cuanto que el declive demográfico del país arrastrará el crecimiento a la baja. La población china podría reducirse a 1.170 millones de habitantes en 2050, y a 587 millones en 2100, en un país con una población actual de más de 1.400 millones.
La creación de riqueza del país procederá principalmente de los mercados exteriores (el país se ha convertido en el primer acreedor mundial), así como de la inversión en energías renovables y en nuevas innovaciones, sobre todo vehículos eléctricos e inteligencia artificial.
Cumbre de los BRICS en Johannesburgo, Sudáfrica (@Courrierinternational)
Consciente de estas dificultades y de la imposibilidad de convertirse en la primera potencia mundial (como predijeron muchos expertos en las últimas décadas), China mira más allá de sus fronteras. Está intentando desempeñar un papel activo en la evolución geopolítica del mundo, como demuestra la reciente cumbre de los BRICS que organizó. En esta reunión se anunció la adhesión de seis nuevos países al grupo: Argentina, Egipto, Irán, Etiopía, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Esta iniciativa contó con el apoyo mayoritario de China, mientras que India se mantuvo escéptica.
Juntos, estos nuevos países representan casi la mitad de la población mundial, un tercio de la riqueza producida, zonas estratégicas (sobre todo en Oriente Medio) y el 80% de la producción de petróleo en un mundo donde el 40% del consumo final se basa en productos derivados del petróleo.
Esta alianza significa también la reunión de los dos países más importantes de América Latina, Argentina y Brasil, que representan el 80% de la población y de la riqueza del continente. También significa la integración de una potencia militar, Egipto, que se une a China, Rusia e India (países con arsenal nuclear y entre las cinco primeras potencias militares del mundo).
El Grupo de los Once declara un frente unido contra la moneda hegemónica estadounidense. Este fue uno de los principales temas de debate en la cumbre de Johannesburgo, ya que aumenta el comercio no basado en el dólar entre estos países.
Muchos de estos países también están aumentando sus reservas de oro, especialmente China. Por noveno mes consecutivo, este país aumentó sus reservas de oro en agosto. Según datos oficiales, China es el sexto mayor tenedor de oro del mundo. Estas compras, como las de otros bancos centrales, mantienen altos los precios del oro a pesar de las subidas de los tipos de interés.
Las diversas iniciativas presentadas por este movimiento se encuentran, por el momento, en una fase embrionaria. Aunque la alianza pretende ser una oposición al bloque occidental y sus instituciones, varios de estos países (en particular India y Brasil) siguen estando próximos a Estados Unidos y Europa, tanto política como económicamente. Los conflictos actuales entre algunos miembros de los BRICS (especialmente China e India por cuestiones territoriales), las divisiones internas sobre la evolución del grupo y las diversidades económicas y políticas entre estos países (su comercio exterior, las diferencias de tipos de cambio, sus distintas posiciones geopolíticas, etc.) podrían tensar aún más sus relaciones.
Este movimiento tendrá aún mayor influencia cuando se creen nuevas instituciones internacionales, con mayor poder de decisión que las actuales (ONU, FMI, Banco Mundial,etc.). Cuando las ceremonias y premios internacionales (premios Nobel, clasificaciones universitarias, etc.) ya no sean decididos por los países occidentales, sino por los propios países. Por último, cuando una moneda suplante al dólar (o al menos lo iguale, lo que no es el caso de ninguna moneda hasta la fecha). Tales ambiciones requieren, ante todo, una verdadera unidad entre estos países. En vista de sus respectivas situaciones, tenemos motivos para creer que esto no ocurrirá pronto.
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